El siempre espera...

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sábado, 6 de diciembre de 2008

Vigila... Preparate!!!

(Mc 1,1-8): Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: «Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas».
Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».

Hola !!!
No es lo que sabemos lo que nos hace grandes... Ni lo que decimos, lo que nos hace sabios. Solo nuestras actitudes frente a la vida y la manera de percibir este mundo es lo que nos proyecta tal cual somos: individuos sumergidos en un mar de situaciones que, como las olas, van y vienen pero nunca se detienen.
Si tienes un corazón de uva pasa o de camisa fina sin planchar, estira tu alma esta Navidad. Para lograr un corazón sin arrugas, practica la virtud de la longanimidad.
Esta virtud nos sabe más a platillo de cocina o a tacos de la esquina, que a alimento espiritual. Sin embargo, la longanimidad es un fruto del Espíritu Santo que nos ayuda a vivir con grandeza y constancia de ánimo en medio de las dificultades cotidianas. Nos invita a tener un espíritu magnánimo y bondadoso aún a pesar de las tribulaciones. Nosotros debemos suplicar constantemente a Dios: ¡danos un corazón grande para amar! Lejos del espíritu cristiano las almas mezquinas y apretadas.
Las dificultades económicas y sociales de este año seguramente han repercutido en nuestro entorno familiar, por ello la longanimidad nos ayuda a prepararnos para esta Navidad. A este respecto escribía san Pablo a los primeros cristianos: "más aún: nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (cf. Rm 5,5). Por ello, esta Navidad económicamente difícil, ensancha tu alma y no dejes de ayudar a alguna obra de caridad: un orfanato, un hospital, una asociación que lucha contra la discapacidad, etc.
Acrecienta también su Navidad. Eso puede hacer la diferencia.
No es suficiente agigantar tu corazón sólo en una ocasión. La constancia forma la virtud. Los gimnastas para conseguir la elasticidad de sus brazos y piernas se entrenan día tras día. Hoy un poco, mañana un poco más, hasta lograr una extraordinaria flexibilidad. Por ello empiezan desde niños. Así también los adultos debemos aprender de nuestros niños que por naturaleza son de espíritu más grande que nosotros.
Los años pasan, el ceño se frunce, nos hacemos roñosos, se arruga la piel y se arruga el corazón. Así que para evitar los desgarres y calambres espirituales necesitamos ejercicios de maleabilidad para el alma. Por ello, este Adviento incrementa la ayuda y el perdón en la familia. Márcale al hermano con quien estás peleado. Escríbele a tu padre si se encuentra lejos. No dejes de visitar al abuelo. Platica con tu hijo aunque sea un descarriado. Reconcíliate con Dios si lo has abandonado. No te sientes a comer el pavo si todavía hay alguno con quien no te hayas reconciliado.
Vigila!!! Preparate!!! Y como en la secuencia del Adviento, estemos atentos y solicitemos a nuestro Señor, que nos unga con su Espíritu Santo para recibir la unión más grande con El, por medio de nuestro amado Jesús.

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!». (Marcos 13, 33-37)
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